jueves, 16 de octubre de 2014

El bullying no es un problema escolar

El bullying no es problema escolar
En la actualidad se ha puesto de moda hablar del bullying, incluso hay instancias para que las víctimas y sus padres pongan quejas y demandas y el bully o agresor, el abusivo, sea castigado. Las escuelas deben implementar medidas de vigilancia y, si en sus aulas o en sus patios se produce algún caso de abuso, deben ser capaces de hacerle frente y castigar al agresor.
Pero lo importante no es castigar el bullying: el castigo por lo general no resuelve la situación. Quizá para la víctima sí, pues en ciertos casos se ve libre del abusivo y recibe tratamiento psicológico si lo requiere, y también en muchas ocasiones se introduce, aunque por lógica es un poco por la fuerza, el tratamiento psicológico para el abusivo, reconociendo incluso que es quien más requiere ayuda de ese tipo, más que la víctima.
Sin embargo, no es el enfoque indicado para manejar este tipo de problemas. La solución no está ni en castigar ni en curar heridas, sino en evitar que estas heridas se produzcan. No es algo que sea sencillo, por supuesto, pero es no sólo la mejor solución, sino la única solución verdadera. El bullying es una situación que se ve principalmente en las escuelas, pero en realidad no es ahí donde se genera, sino en casa o, por lo menos, en el grupo familiar o vecinal. Se dice, con mucha razón, que los bullies son con frecuencia niños o adolescentes que viven en familias disfuncionales, o bien que son hijos de padres violentos y/o poco dedicados a su educación.
Muchas veces, yo añadiría, no es ni una cosa ni otra, sino falta de idea de los padres sobre cómo educar; por lo general, nadie nos enseña a ser padres. Y cuando el niño abusivo es castigado por su conducta, ya sea en la escuela o en su casa, puede ser que se logre un cambio de actitud, pero es más probable que se genere en su interior un sentimiento de rencor y deseo de venganza contra quienes lo castigan o, peor, contra el niño a quien había hecho víctima de su abuso y a quien culpa del castigo, por haberlo acusado. Y sigue siendo un bully, dirigiendo su atención a la misma víctima o a otras. Ahora bien, si no se le castiga y ya, sino que se le somete a una terapia para mejorar su comportamiento, es una solución un poco mejor, pero también hay varias posibilidades; una es que se logre el efecto deseado y el cambio de conducta sea verdadero y honesto, aunque suele ser probable que se sienta avergonzado y enojado por verse en esa situación y no cambie su manera de proceder. Atacar el problema cuando ya se generó es, de una u otra forma, querer “tapar el sol con un dedo”.
¿Qué es lo que hay que hacer, entonces? Lo importante es prevenir el bullying, y ello difícilmente se logra en las escuelas a menos que se recurra a la base, que se cuente con los padres de familia. Es a los padres de familia a quienes hay que dirigirse, pero, ¡ojo!, no sólo a los padres de familia de los bullies, eso seguiría estando en el plano de remediar lo que ya está mal.
Es necesario dirigirse a los padres de familia en general y hacerles ver la necesidad de formar a sus hijos en valores. En otro artículo (ver más abajo) he hablado del único modo efectivo de formar en valores: hacer al niño o al adolescente ponerse en lugar del otro, que imagine cómo se siente el otro cuando es agredido o lastimado, física o moralmente, y hacer que reflexione que nadie –y por supuesto no él– tiene derecho a ejercer esa agresión.
Para evitar el bullying se requiere formar en los niños un corazón sensible, hacerlos conscientes de las consecuencias que sus actos tienen, no para él mismo (insisto, no tiene sentido hablar de castigo) sino para los otros, y hacerle comprender, sin ningún género de dudas, que no tiene ningún derecho a producir efectos negativos en la vida de nadie. Y todo ello no cuando ya ha empezado, sino antes. Además, los padres de familia pueden –todos los padres de familia deberían– hacer que sus hijos observen a su alrededor: que miren a otros niños, que vean si hay algún niño al que nadie quiere, al que otros molestan, o el que es tan tímido que no se atreve a hablarle a nadie, para actuar en su favor y hacerse su amigo. Sólo se requiere hablar un poco con los hijos en ese sentido; son como cera en las manos de sus padres y se dejan modelar, pero a tiempo.
Quien esto escribe tiene un hijo al que más de una mamá quiso de verdad, pues fue el único amigo de sus hijos. La satisfacción de haber logrado eso para tres o cuatro niños en la vida de mi hijo, créanme, es enorme y el esfuerzo fue, en realidad, muy pequeño, pero consciente.
Papás, mamás, sólo pónganse en el caso de que fuera su hijo quien estuviera siempre solo, quien no tuviera un solo amigo y a quien todos los demás molestaran y se burlaran de él. Papás, mamás, con un poco de dedicación y conversación con sus hijos, ustedes pueden evitar mucho sufrimiento inocente. Las autoridades educativas y las escuelas deberían incluir este tema en una gran campaña contra el bullying, a través de juntas de padres de familia, y también aprovechando los medios masivos de comunicación.

viernes, 19 de septiembre de 2014

VALORES: CÓMO Y POR QUÉ

El tema de la formación en valores está de moda desde hace muchos años. No es posible, hoy en día, hablar de educación sin mencionar los valores y decir que no basta enseñar conocimientos sin valores, que la educación intelectual por muy buena que sea no está completa si no hay también formación de los valores en el individuo. Muchas veces se pierde un poco el sentido de la palabra “valores” debido a su amplitud. Se consideran valores la honestidad, el trabajo, el respeto, el amor al estudio, la limpieza, la gratitud, el cuidado del medio ambiente, entre muchísimos otros. La lista es muy amplia. Incluso, hay diversas palabras que parecen referirse al mismo valor, y entonces se explica que son sólo parecidos y que hay entre ellos matices muy sutiles que los diferencian. Tales son, por ejemplo, los buenos modales y la cortesía. El porqué de los valores es un punto también más que tratado: es la falta de valores lo que ha llevado a la sociedad a vivir los más graves problemas que se están viviendo ahora. Pero no debe perderse de vista, en medio de tanta palabrería, algo fundamental. No basta decir que hay que promover los valores, rescatar los valores que la sociedad ha perdido, y que ello es necesario en el trabajo por lograr una humanidad, valga la redundancia, más “humana”. Eso es sabido. Y los ejemplos concretos de lo que son los valores y de cómo se viven, también abundan. Pero seguimos sin saber cómo educar en valores. Una historia En una ocasión, una maestra de quinto grado contaba a sus alumnos una historia para mostrarles un ejemplo de lo que es la honradez y lo que puede ocurrir a una persona que no es honrada. La historia en cuestión hablaba de un delincuente, un ladrón, que empezó robando pequeñas cosas cuando era muy pequeño: dulces, lápices, juguetitos, unas monedas. Más adelante tuvo oportunidad de robarse una calculadora, un celular, la quincena de la profesora que pudo sustraerle de su bolso. Al crecer más, en lugar de estudiar para seguir una profesión se dedicó a robar: robaba autos, objetos del interior de viviendas, y llegó el momento en que empezó a asaltar a mano armada. Un día, finalmente, fue detenido y condenado a muerte, y en lo que llegaba la hora de su ejecución, decía: “Si yo hubiera sabido que así iba a acabar, no habría robado nunca”. La historia tiene dos puntos demasiado flojos: el primero es que en México no hay pena de muerte, y menos para ladrones, de modo que la historia está fuera de contexto; los niños de quinto que la escucharon a su maestra no la percibieron como algo cercano, como algo que les pudiera ocurrir a ellos. El otro punto flojo de la historia se relaciona con lo que me interesa abordar en este texto: el temor al castigo no es un buen motivo para modelar nuestras acciones, y no es suficiente, en la mayoría de los casos, para dejar de cometer un delito. El verdadero motivo para dejar de cometer un delito está, precisamente, en lo que venimos tratando: tener interiorizado un valor o unos valores, en el caso de la historia narrada, el trabajo propio y el respeto por las pertenencias de los demás. Del mismo modo, para que consiga formarse en los individuos la conciencia del cuidado del medio ambiente (el ahorro del agua, el no tirar basura en las calles, el respeto a los animales) no puede hacerse poniendo una sanción personal que se sufriría si no se actúa de cierta manera. Esa sanción ni siquiera sería aplicable, ya que no es posible ir detrás de todos los que infrinjan lo establecido para castigarlos. Es necesario, es urgente, encontrar otra forma de enseñar valores, otras razones que motiven al individuo a asimilar los valores y vivir conforme a ellos. Y es necesario, también, que esto se haga desde que los niños son pequeños. Por supuesto que se debe intentar hacer reflexionar al adulto, al joven universitario, al obrero, al padre de familia, a la vendedora del mercado, sobre la necesidad de vivir conforme a ciertos valores. Lamentablemente, ese intento no rendirá frutos en muchísimos casos. Los adultos ya están formados y los valores no son parte, en muchos de ellos, de esa formación. Pero es urgente no dejar pasar las oportunidades de formar en valores a los niños de hoy, y es urgente encontrar las verdaderas razones, las buenas razones, que motiven a los niños a asimilar valores y vivir de acuerdo con ellos. Cómo formar valores La única forma válida de enseñar valores a los niños es hacerlos ponerse en el lugar de las demás personas. No hay otra forma que sea realmente efectiva. Si se quiere enseñar a un niño a respetar a los animales, no es aceptable que se le diga: “No molestes al perro, porque te va a morder”. La consecuencia lógica es que a otros animales que no puedan dañarlo, como una lagartija, sí se les puede molestar y hasta torturar; y que al perro, cuando esté encerrado en una jaula o tras una reja, también se le puede molestar con un palo o con un pico. La razón para no molestar a un perro no es, pues, ésa, sino hacerlo reflexionar que el perro es un ser vivo, siente dolor y merece respeto. Cuando se trata de explicarles que no tiren basura no hay peor argumento que decirles: “No tires basura porque te van a regañar”. Ojalá hubiera multa para quienes tiran basura, pero ni en ese caso sería el mejor argumento: “No tires basura porque te van a poner una multa”. Entonces, cuando nadie nos vea, sí podemos tirar basura sin ningún problema, no habrá regaño ni castigo. El único argumento eficaz es que no hay que tirar basura porque la ciudad es donde vivimos todos, y cada uno de nosotros tiene que poner de su parte –aun si los demás no lo hacen– para mantenerla limpia. Para enseñar a un niño como el de la historia, y como los alumnos de quinto año de esa maestra, a no robar, la amenaza del castigo y de la cárcel, o la pena de muerte, no funcionan. Los delincuentes son delincuentes porque ven demasiado lejos la realidad de un castigo, sienten como si estuvieran por encima de eso y como si sólo a los tontos, y ellos no creen serlo, les pudiera suceder. El único argumento que sirve es decirles: “No debes tomar lo que pertenece a tus compañeros, porque sus papás trabajaron para comprárselos; así como tus papás trabajan duro para comprar lo tuyo y les molestaría mucho que te lo robaran”; o bien: “¿Qué sientes tú cuando alguien te quita tus cosas?, pues no debes hacer que otros se sientan así”. El respeto por las personas diferentes, aquellas que padecen alguna deformidad física como cojera, enanismo, etc.; o muestran un comportamiento extraño, como los paralíticos cerebrales, sólo puede enseñarse desde esta perspectiva. ¿Qué consecuencias tiene para una persona el burlarse de otra? Para el burlón, por lo general, no tiene ninguna consecuencia, pero es obvio que es un comportamiento incorrecto. Para educar, es necesario hacer que el niño se ponga en el lugar de la otra persona: “¿Cómo crees que se siente cuando alguien se burla de él/ella? ¿Te gustaría estar en su lugar? ¿Te gustaría ser (ciego, cojo, etc.) y que se burlaran de ti por eso? No, ¿verdad? Entonces nunca lo hagas”. Los problemas de disciplina en la escuela tendrían una mejor solución si los niños estuvieran acostumbrados a ponerse en el lugar de la otra persona, tanto de sus compañeros como de sus maestros: “¿Qué siente un maestro cuando está hablando a sus alumnos y ninguno le presta atención, todos están hablando y jugando entre ellos?” Se trata de sensibilizar al niño Es necesario que el niño y el adolescente sean capaces de ponerse en el lugar del otro, de imaginar lo que ese otro siente: del viejito encorvado que vende galletas y nadie le compra, del pájaro al que un grupo de niños traviesos le roban su nido, del hombre con una cicatriz en la cara de quien todo el mundo hace mofa, del vecino que tiene que reponer el cristal roto por una pelota cada ocho días, y no tiene dinero. Como puede verse, la formación en valores pasa, entonces, por la sensibilización del niño. No se trata de enseñar conceptos muy técnicos, pero fríos. Los valores humanos, los valores que nos lleven a formar una sociedad más humana y más justa, no pueden ser fríos. Se han propuesto, desde diversas casas editoriales, textos muy útiles para formar los valores en los niños. Sería conveniente que cada maestro de primaria tuviera un libro así, o una serie de relatos para leer con sus alumnos frecuentemente, de ser posible, diariamente, y propiciar así una reflexión en torno a ciertos valores; a veces podría abordar un valor, a veces otro. Pero más importante aún es que el maestro, y por supuesto también los padres de familia, partan de las vivencias y convivencias diarias para formar valores en sus alumnos y en sus hijos. Por muy útiles que sean los textos para educar en valores, siguen estando en el terreno de la ficción; y aunque las situaciones sean posibles, incluso reales, no lo son para el niño, para él siguen siendo un cuento. Es mejor, más efectivo, aprovechar cualquier oportunidad de las muchas que se viven diariamente, para explicar a los niños cuál es el comportamiento correcto y, lo más importante, por qué es el comportamiento correcto. Para ello es fundamental estar atento a no dejar pasar esas oportunidades de educar: no pensar que se educa sólo dentro del aula y a horas establecidas y fijas. Se puede educar en cualquier lugar y en cualquier parte; quizá la calle y el patio de la escuela sean mejores lugares que el salón de clases para la educación en valores. Tampoco basta el ejemplo, si bien éste es indispensable: no podemos decir una cosa y hacer otra y pensar que el niño hará lo que se le dice. Pero no basta el ejemplo, muchas veces el niño no observa lo que el adulto hace, o lo observa pero no lo comprende, o lo observa pero no aprecia los motivos de esa forma de actuar. Es necesario educar con el ejemplo, pero también con la palabra. Y, por último, se requiere constancia. No puede pensarse que con decir a un niño una vez que debe respetar al viejito que barre la calle es suficiente. Si el niño ve que su vecino, su amigo o cualquiera que pasa no respeta a una persona, se burla de ella y parece divertirse mucho haciéndolo, lo más probable es que se olvide de lo que se le dijo una vez. Es necesario insistir en la misma y en otras situaciones, poner muchos ejemplos, hablar mucho y hacer reflexionar mucho, para educar en valores.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Formar niños y jóvenes lectores



Dónde formar a los lectores
Por lo menos entre los maestros, y entre un gran sector de la población en general, se reconoce ampliamente la importancia de la lectura: formar estudiantes lectores es uno de los objetivos prioritarios en la educación. No voy a tocar los porqués de dicha importancia, pues en la misma medida en que se habla de ella, se mencionan sus razones, pero baste decir que, entre los estudiantes, la importancia de la lectura es tal que ésta hace la diferencia entre un buen y un mal estudiante. Cuando un niño tiene costumbre de leer y comprender lo que lee, tiene asegurado el noventa por ciento de su calificación, incluso más. Si los padres supieran qué tan cierta es esta relación entre lectura y estudio pondrían, sin duda, un poco más de empeño en que sus hijos adquirieran dicho hábito.
Sin embargo, siguen siendo una gran mayoría las personas, de todas las edades, que carecen por completo del hábito de la lectura y del interés por formarlo. A nivel familiar y social, es muy difícil pensar que se va a formar este excelente hábito, a pesar de que cuando los padres son lectores y se empeñan en formar hijos lectores es relativamente sencillo para ellos: en casa hay muchas oportunidades de compartir y favorecer la lectura en familia. Pero los adultos de hoy no leen porque sus padres no leyeron, y los niños de hoy serán adultos mañana que no lean porque sus padres no leen.
De manera que casi la única opción que tenemos a la vista es formar a los adultos lectores de mañana en las aulas escolares, y la falta del hábito de la lectura en las familias de nuestros alumnos es un obstáculo para que lo logremos. Es un gran obstáculo, pero no es insuperable.
Requerimos, para ello, que desde las autoridades responsables de determinar los planes y programas de estudio concedan un poco más de importancia a este aspecto, para que le destinen más tiempo y más recursos. Es necesario que no tengamos que distraer la atención de los alumnos de otras materias, sino que la lectura tenga su propio espacio en los programas. En cuanto a los recursos, es indispensable aumentar el acervo de las bibliotecas escolares y de aula.
El argumento de que podría insistirse a los niños que vayan a la biblioteca en horas extraescolares topa con el obstáculo mencionado arriba: para que lo hicieran con la frecuencia que se requiere para formar el hábito, se necesitaría que en sus familias hubiera la costumbre y el gusto por entrar a una biblioteca. Volvemos a llegar a la conclusión de que los libros, por lo menos para las generaciones actuales, deben estar en la escuela, y es aquí donde se tiene que formar a los lectores.

Con qué formar a los lectores
Ahora bien, asumiendo que, por lo menos por el momento, tenemos que arreglárnoslas con lo que tenemos y que no se nos va a aumentar el acervo de bibliotecas, los maestros no podemos quedarnos cruzados de brazos y permitir que nuestros alumnos pasen por el salón de clases durante todo el curso sin hacer nada al respecto.
La primera propuesta es sacarle todo el provecho posible a los libros de texto gratuitos. En los libros de español y de lecturas están incluidos muchos textos atractivos, tanto fragmentos de los clásicos como algunas lecturas modernas, de las que los docentes podemos echar mano para organizar actividades de lectura con nuestros alumnos, en el salón o como actividad para casa. Es necesario conocer bien los libros de texto para darles el mejor uso posible.
Pero, además, los maestros tenemos la posibilidad de emplear otros recursos, económicos y muy variados, para diversificar nuestras actividades de lectura. Existen en el mercado diversos materiales, a precios igualmente diversos, de manera que es posible conseguir libros muy útiles y no demasiado costosos; quizá sea mucho pedir que cada familia compre un libro para nuestros alumnos, pero teniendo el maestro un buen libro podrá encontrar forma de trabajar con él, ya sea mediante la lectura grupal en voz alta, ya sea mediante el fotocopiado.
Además, los maestros hoy tenemos una importantísima herramienta a nuestro alcance, y es la computadora. Aunque todavía es un artículo de lujo para muchas familias, su costo se ha reducido mucho en los últimos años y continúa reduciéndose cada vez más, y hay lugares donde puede rentarse una computadora por horas, consultar internet e imprimir los textos que uno desee. En internet puede encontrarse también una amplia variedad de textos escritos para los alumnos de cualquier nivel.
Por último, si el maestro es lo suficientemente creativo, puede impulsar entre sus alumnos la lectura de sus propios textos: escribir para ellos y motivarlos a que ellos mismos escriban. Con este recurso no sólo se impulsa la lectura, sino también se desarrolla la habilidad de producir sus propios textos y, con ella, la posibilidad de mejorar la capacidad de expresión, la ortografía y la redacción.
Las diversas estrategias de que puede valerse un maestro en el salón de clases para formar en sus alumnos el hábito y el gusto por la lectura, dependen fundamentalmente de la edad de sus alumnos. Esto estaría matizado, hasta cierto punto, por el nivel sociocultural de las familias, ya que no tiene la misma madurez intelectual un niño de un medio rural o de un medio popular que un niño hijo de profesionales, aun si éstos no han cuidado de formar en él el hábito de leer. Sin embargo, en términos generales podemos referirnos simplemente a la mayor o menor edad de los estudiantes.
Menciono esto porque es un factor que el docente debe tomar en cuenta al momento de elegir un texto para leer con sus alumnos; si el nivel es preescolar o los primeros grados de primaria, el maestro tendrá que elegir cuentos infantiles, los cuales serán totalmente inadecuados para que un maestro de sexto año o de secundaria trabaje con sus alumnos.

Qué aspectos formar en los lectores
Ahora bien, hoy nadie pone en duda que enseñar a leer es mucho más que dar a conocer las letras y los sonidos que ellas representan; enseñar a leer es hacer que los alumnos vean la lectura como una aventura, como una actividad recreativa y no como una obligación.
Se dice que muchas personas siguen siendo analfabetas a pesar de conocer bien las letras y los signos y poder decir “qué dice” una palabra escrita. Siguen siendo analfabetas todos aquellos que pueden seguir y pronunciar lo escrito, pero no comprenden su significado ni se penetran de él. Leer no es pasar los ojos sobre los caracteres y reconocerlos, unirlos más o menos correctamente para formar palabras y aun oraciones, sino poder reproducir mentalmente la idea que un texto escrito expresa y, por consiguiente, ser capaces de explicar dicha idea. Y hacerlo no sólo para un enunciado o un párrafo sencillo, sino aun para un texto largo, un artículo periodístico, un folleto informativo o un libro completo. Para disfrutar un texto, cualquiera que éste sea, es necesario tener un nivel suficiente de comprensión del mismo.
Por lo tanto, aquí tenemos ya dos ideas principalísimas a tomar en cuenta al momento de alfabetizar: inculcar el gusto por la lectura y buscar actividades que favorezcan la comprensión lectora.

Cómo formar a los primeros lectores
Aunque enseñar a conocer las letras no sea lo único que hay que hacer para enseñar a leer, es sin duda lo primero, y por lo general suele hacerse en preescolar o en los primeros grados de primaria.
El docente que trabaja en estos niveles tiene numerosas opciones para hacer que sus alumnos empiecen a conocer las letras de una manera divertida. Este primer acercamiento a las letras es fundamental para desarrollar, en el niño, la idea de que la lectura es una actividad placentera. Para ello, el maestro de niños pequeños puede organizar actividades de jugar a conocer sus propios nombres escritos, los nombres de sus compañeros, de sus padres, sus mascotas, los nombres de los personajes de los cuentos que les gustan.
En estas edades, es necesario que los niños aprecien la lectura también como una actividad útil, y para ello se aconseja que empiecen a leer, y a escribir, pequeños textos que tengan una finalidad inmediata, tales como notas a sus padres, recetas de cocina sencillas y breves de alimentos que pueden prepararse y comerse en el mismo salón, son sólo algunas ideas.
El docente puede leer un cuento a los niños y luego mostrar el texto escrito, enseñarles el nombre del personaje principal y que ellos lo busquen después en las páginas siguientes; pueden buscar, entre los nombres de los mismos niños, cuáles empiezan con la misma letra que el nombre del personaje.
Y, quizá lo más importante, el docente tiene que encontrar momentos durante el día para leer cuentos a sus alumnos, y lo tiene que hacer frecuentemente, de ser posible, diariamente. Puede jugar a leer el mismo cuento varios días seguidos, cambiando algunos detalles que los niños deberán detectar; puede leer cuentos y pedir que los niños dibujen algo sobre ellos. Puede dramatizar o permitir que ellos dramaticen las historias que les lee. En fin, la lista de actividades referentes a la lectura con los niños más pequeños es casi interminable. Sólo se requiere proponérselo.

Cómo formar lectores más adelante
Con niños un poco mayores y con adolescentes, asumimos que conocen ya las letras y “saben leer”, por lo menos en cuanto a reconocer las grafías y saber “lo que dice” un texto escrito. Las actividades de lectura en estos niveles son distintas a las anteriores, pero la lista también es enorme.
El docente puede organizar actividades consistentes en invertir los textos, en transformar a los personajes, combinar varias historias, construir historias nuevas a partir de una frase, un dibujo o una fotografía, son algunas de ellas. Puede hacer que los alumnos lean historias de las que se ha hecho película y luego comparen lo escrito con lo visto en pantalla. Es útil hablar en el salón de los autores de algunos textos leídos en clase, desarrollando así habilidades de investigación y propiciando el interés de los alumnos por leer otras obras de los mismos autores.
Ahora bien, en estos niveles cobra importancia el mostrar a los alumnos, también, el interés de otros textos diversos de lo narrativo: el docente podrá, por ejemplo, buscar artículos interesantes en las secciones noticiosas y científicas de periódicos y revistas; es importante que el docente se ubique en la edad e intereses de sus alumnos y les proponga textos apenas por encima de ese nivel, exigiéndoles un poco de esfuerzo pero sin salirse de su alcance.
Y, también, sería útil destinar un momento del día, por lo menos algunos días de la semana, a la lectura en grupo de textos narrativos. Aquí puede permitirse, y aun pedirse, que los propios alumnos sugieran las historias que quieran leer.

Conclusión
A quienes tienen el hábito de leer la lectura les proporciona, entre otras cosas, la posibilidad de cultivar su mente y desarrollar habilidades intelectuales que les permitan realizar otro tipo de estudios y mejorar su calidad de vida; además de momentos de esparcimiento inigualables, la capacidad de conocer y usar un vocabulario más amplio y adecuado a cada circunstancia y, casi como de regalo, un mejor dominio de la gramática y la ortografía.

Por estas razones, los docentes no podemos permitirnos dejar de dedicarle un tiempo y un esfuerzo sustancial. No podemos decir que cumplimos con la tarea de educar mientras no logremos formar, en nuestras aulas, alumnos lectores.

martes, 29 de julio de 2014

Cómo lograr que a tus hijos les guste leer

¿Cómo lograr que a tus hijos les guste leer?
Aquí te doy diez tips:
1) Mientras más pequeños sean cuando empieces, más fácil te será. De todas formas, no dejes de buscar la manera si tus hijos ya son adolescentes.
2) Consigue textos de acuerdo con los intereses de tu hijo. Si le gustan los dinosaurios, lee con él sobre dinosaurios. Para los más pequeños hay muchos textos interesantes; para los adolescentes es más difícil, pero en cambio puedes conseguir versiones resumidas de novelas clásicas, o artículos científicos breves y no muy complicados.
3) También lee algo sobre otros temas, de lo contrario tu hijo no diversificará sus intereses, no ampliará su mundo, que es una de las principales finalidades de la lectura.
4) Lean en familia. Pasar buenos momentos, agradables y divertidos, en familia, debe ser una de tus prioridades. Pasen buenos momentos comiendo, jugando, paseando, conversando... y leyendo.
5) Busca el mejor momento para leer. Cada familia tiene sus propios ritmos de vida, pero es importantísimo que destines un rato a este útil pasatiempo.
6) ¡¡Por ningún motivo hagas que tus hijos lean como castigo!! Más bien lo contrario: si has encontrado un texto que sea de su agrado, leer debe ser un premio. Si tu hijo adora ver televisión, no le impidas ver su programa favorito para ponerlo a leer; déjalo que vea televisión antes o después de leer.
7) Si eres una mamá o un papá muy atareado con los quehaceres del hogar, una forma de leer en familia es ir turnándose para leer partes de un texto mientras se dobla ropa, se limpian frijoles o se bolean zapatos.
8) Haz la lectura dinámica: dale entonación a la lectura según de lo que trate, incluso párate y corre alrededor del sillón, golpea suavemente, tapa ojos, asómate debajo de los muebles. Echa a volar tu imaginación.
9) Con los más pequeños, haz además la lectura "interactiva". No se trata de que preguntes momento a momento si le entienden, los harías sentir como tontos. Se trata de comentar, preguntar qué hubiera hecho el niño en el lugar del personaje, qué cree que va a suceder luego.
10) También con los más pequeños, ármate de paciencia: cuando un cuento les gusta, quieren que se los leas una y otra vez. No dejes de hacerlo, en todo caso, luego del cuento en cuestión introduce otros.