Dónde formar a los lectores
Por lo menos entre los maestros,
y entre un gran sector de la población en general, se reconoce ampliamente la
importancia de la lectura: formar estudiantes lectores es uno de los objetivos
prioritarios en la educación. No voy a tocar los porqués de dicha importancia,
pues en la misma medida en que se habla de ella, se mencionan sus razones, pero
baste decir que, entre los estudiantes, la importancia de la lectura es tal que
ésta hace la diferencia entre un buen y un mal estudiante. Cuando un niño tiene
costumbre de leer y comprender lo que lee, tiene asegurado el noventa por
ciento de su calificación, incluso más. Si los padres supieran qué tan cierta
es esta relación entre lectura y estudio pondrían, sin duda, un poco más de
empeño en que sus hijos adquirieran dicho hábito.
Sin embargo, siguen siendo una
gran mayoría las personas, de todas las edades, que carecen por completo del
hábito de la lectura y del interés por formarlo. A nivel familiar y social, es
muy difícil pensar que se va a formar este excelente hábito, a pesar de que
cuando los padres son lectores y se empeñan en formar hijos lectores es relativamente
sencillo para ellos: en casa hay muchas oportunidades de compartir y favorecer
la lectura en familia. Pero los adultos de hoy no leen porque sus padres no
leyeron, y los niños de hoy serán adultos mañana que no lean porque sus padres
no leen.
De manera que casi la única
opción que tenemos a la vista es formar a los adultos lectores de mañana en las
aulas escolares, y la falta del hábito de la lectura en las familias de
nuestros alumnos es un obstáculo para que lo logremos. Es un gran obstáculo,
pero no es insuperable.
Requerimos, para ello, que desde
las autoridades responsables de determinar los planes y programas de estudio
concedan un poco más de importancia a este aspecto, para que le destinen más
tiempo y más recursos. Es necesario que no tengamos que distraer la atención de
los alumnos de otras materias, sino que la lectura tenga su propio espacio en
los programas. En cuanto a los recursos, es indispensable aumentar el acervo de
las bibliotecas escolares y de aula.
El argumento de que podría
insistirse a los niños que vayan a la biblioteca en horas extraescolares topa
con el obstáculo mencionado arriba: para que lo hicieran con la frecuencia que
se requiere para formar el hábito, se necesitaría que en sus familias hubiera
la costumbre y el gusto por entrar a una biblioteca. Volvemos a llegar a la
conclusión de que los libros, por lo menos para las generaciones actuales,
deben estar en la escuela, y es aquí donde se tiene que formar a los lectores.
Con qué formar a los lectores
Ahora bien, asumiendo que, por lo
menos por el momento, tenemos que arreglárnoslas con lo que tenemos y que no se
nos va a aumentar el acervo de bibliotecas, los maestros no podemos quedarnos
cruzados de brazos y permitir que nuestros alumnos pasen por el salón de clases
durante todo el curso sin hacer nada al respecto.
La primera propuesta es sacarle
todo el provecho posible a los libros de texto gratuitos. En los libros de
español y de lecturas están incluidos muchos textos atractivos, tanto fragmentos
de los clásicos como algunas lecturas modernas, de las que los docentes podemos
echar mano para organizar actividades de lectura con nuestros alumnos, en el
salón o como actividad para casa. Es necesario conocer bien los libros de texto
para darles el mejor uso posible.
Pero, además, los maestros
tenemos la posibilidad de emplear otros recursos, económicos y muy variados,
para diversificar nuestras actividades de lectura. Existen en el mercado
diversos materiales, a precios igualmente diversos, de manera que es posible
conseguir libros muy útiles y no demasiado costosos; quizá sea mucho pedir que
cada familia compre un libro para nuestros alumnos, pero teniendo el maestro un
buen libro podrá encontrar forma de trabajar con él, ya sea mediante la lectura
grupal en voz alta, ya sea mediante el fotocopiado.
Además, los maestros hoy tenemos
una importantísima herramienta a nuestro alcance, y es la computadora. Aunque
todavía es un artículo de lujo para muchas familias, su costo se ha reducido
mucho en los últimos años y continúa reduciéndose cada vez más, y hay lugares
donde puede rentarse una computadora por horas, consultar internet e imprimir
los textos que uno desee. En internet puede encontrarse también una amplia
variedad de textos escritos para los alumnos de cualquier nivel.
Por último, si el maestro es lo
suficientemente creativo, puede impulsar entre sus alumnos la lectura de sus
propios textos: escribir para ellos y motivarlos a que ellos mismos escriban. Con
este recurso no sólo se impulsa la lectura, sino también se desarrolla la
habilidad de producir sus propios textos y, con ella, la posibilidad de mejorar
la capacidad de expresión, la ortografía y la redacción.
Las diversas estrategias de que
puede valerse un maestro en el salón de clases para formar en sus alumnos el
hábito y el gusto por la lectura, dependen fundamentalmente de la edad de sus
alumnos. Esto estaría matizado, hasta cierto punto, por el nivel sociocultural
de las familias, ya que no tiene la misma madurez intelectual un niño de un
medio rural o de un medio popular que un niño hijo de profesionales, aun si
éstos no han cuidado de formar en él el hábito de leer. Sin embargo, en
términos generales podemos referirnos simplemente a la mayor o menor edad de
los estudiantes.
Menciono esto porque es un factor
que el docente debe tomar en cuenta al momento de elegir un texto para leer con
sus alumnos; si el nivel es preescolar o los primeros grados de primaria, el
maestro tendrá que elegir cuentos infantiles, los cuales serán totalmente
inadecuados para que un maestro de sexto año o de secundaria trabaje con sus
alumnos.
Qué aspectos formar en los lectores
Ahora bien, hoy nadie pone en
duda que enseñar a leer es mucho más que dar a conocer las letras y los sonidos
que ellas representan; enseñar a leer es hacer que los alumnos vean la lectura
como una aventura, como una actividad recreativa y no como una obligación.
Se dice que muchas personas
siguen siendo analfabetas a pesar de conocer bien las letras y los signos y
poder decir “qué dice” una palabra escrita. Siguen siendo analfabetas todos
aquellos que pueden seguir y pronunciar lo escrito, pero no comprenden su
significado ni se penetran de él. Leer no es pasar los ojos sobre los
caracteres y reconocerlos, unirlos más o menos correctamente para formar
palabras y aun oraciones, sino poder reproducir mentalmente la idea que un
texto escrito expresa y, por consiguiente, ser capaces de explicar dicha idea.
Y hacerlo no sólo para un enunciado o un párrafo sencillo, sino aun para un
texto largo, un artículo periodístico, un folleto informativo o un libro
completo. Para disfrutar un texto, cualquiera que éste sea, es necesario tener
un nivel suficiente de comprensión del mismo.
Por lo tanto, aquí tenemos ya dos
ideas principalísimas a tomar en cuenta al momento de alfabetizar: inculcar el
gusto por la lectura y buscar actividades que favorezcan la comprensión lectora.
Cómo formar a los primeros lectores
Aunque enseñar a conocer las
letras no sea lo único que hay que hacer para enseñar a leer, es sin duda lo
primero, y por lo general suele hacerse en preescolar o en los primeros grados
de primaria.
El docente que trabaja en estos
niveles tiene numerosas opciones para hacer que sus alumnos empiecen a conocer
las letras de una manera divertida. Este primer acercamiento a las letras es
fundamental para desarrollar, en el niño, la idea de que la lectura es una
actividad placentera. Para ello, el maestro de niños pequeños puede organizar
actividades de jugar a conocer sus propios nombres escritos, los nombres de sus
compañeros, de sus padres, sus mascotas, los nombres de los personajes de los
cuentos que les gustan.
En estas edades, es necesario que
los niños aprecien la lectura también como una actividad útil, y para ello se
aconseja que empiecen a leer, y a escribir, pequeños textos que tengan una
finalidad inmediata, tales como notas a sus padres, recetas de cocina sencillas
y breves de alimentos que pueden prepararse y comerse en el mismo salón, son
sólo algunas ideas.
El docente puede leer un cuento a
los niños y luego mostrar el texto escrito, enseñarles el nombre del personaje
principal y que ellos lo busquen después en las páginas siguientes; pueden
buscar, entre los nombres de los mismos niños, cuáles empiezan con la misma
letra que el nombre del personaje.
Y, quizá lo más importante, el
docente tiene que encontrar momentos durante el día para leer cuentos a sus alumnos,
y lo tiene que hacer frecuentemente, de ser posible, diariamente. Puede jugar a
leer el mismo cuento varios días seguidos, cambiando algunos detalles que los
niños deberán detectar; puede leer cuentos y pedir que los niños dibujen algo
sobre ellos. Puede dramatizar o permitir que ellos dramaticen las historias que
les lee. En fin, la lista de actividades referentes a la lectura con los niños
más pequeños es casi interminable. Sólo se requiere proponérselo.
Cómo formar lectores más adelante
Con niños un poco mayores y con
adolescentes, asumimos que conocen ya las letras y “saben leer”, por lo menos
en cuanto a reconocer las grafías y saber “lo que dice” un texto escrito. Las
actividades de lectura en estos niveles son distintas a las anteriores, pero la
lista también es enorme.
El docente puede organizar
actividades consistentes en invertir los textos, en transformar a los
personajes, combinar varias historias, construir historias nuevas a partir de
una frase, un dibujo o una fotografía, son algunas de ellas. Puede hacer que
los alumnos lean historias de las que se ha hecho película y luego comparen lo
escrito con lo visto en pantalla. Es útil hablar en el salón de los autores de
algunos textos leídos en clase, desarrollando así habilidades de investigación
y propiciando el interés de los alumnos por leer otras obras de los mismos
autores.
Ahora bien, en estos niveles
cobra importancia el mostrar a los alumnos, también, el interés de otros textos
diversos de lo narrativo: el docente podrá, por ejemplo, buscar artículos
interesantes en las secciones noticiosas y científicas de periódicos y
revistas; es importante que el docente se ubique en la edad e intereses de sus
alumnos y les proponga textos apenas por encima de ese nivel, exigiéndoles un
poco de esfuerzo pero sin salirse de su alcance.
Y, también, sería útil destinar
un momento del día, por lo menos algunos días de la semana, a la lectura en
grupo de textos narrativos. Aquí puede permitirse, y aun pedirse, que los
propios alumnos sugieran las historias que quieran leer.
Conclusión
A quienes tienen el hábito de
leer la lectura les proporciona, entre otras cosas, la posibilidad de cultivar
su mente y desarrollar habilidades intelectuales que les permitan realizar otro
tipo de estudios y mejorar su calidad de vida; además de momentos de
esparcimiento inigualables, la capacidad de conocer y usar un vocabulario más
amplio y adecuado a cada circunstancia y, casi como de regalo, un mejor dominio
de la gramática y la ortografía.
Por estas razones, los docentes no
podemos permitirnos dejar de dedicarle un tiempo y un esfuerzo sustancial. No
podemos decir que cumplimos con la tarea de educar mientras no logremos formar,
en nuestras aulas, alumnos lectores.