viernes, 19 de septiembre de 2014

VALORES: CÓMO Y POR QUÉ

El tema de la formación en valores está de moda desde hace muchos años. No es posible, hoy en día, hablar de educación sin mencionar los valores y decir que no basta enseñar conocimientos sin valores, que la educación intelectual por muy buena que sea no está completa si no hay también formación de los valores en el individuo. Muchas veces se pierde un poco el sentido de la palabra “valores” debido a su amplitud. Se consideran valores la honestidad, el trabajo, el respeto, el amor al estudio, la limpieza, la gratitud, el cuidado del medio ambiente, entre muchísimos otros. La lista es muy amplia. Incluso, hay diversas palabras que parecen referirse al mismo valor, y entonces se explica que son sólo parecidos y que hay entre ellos matices muy sutiles que los diferencian. Tales son, por ejemplo, los buenos modales y la cortesía. El porqué de los valores es un punto también más que tratado: es la falta de valores lo que ha llevado a la sociedad a vivir los más graves problemas que se están viviendo ahora. Pero no debe perderse de vista, en medio de tanta palabrería, algo fundamental. No basta decir que hay que promover los valores, rescatar los valores que la sociedad ha perdido, y que ello es necesario en el trabajo por lograr una humanidad, valga la redundancia, más “humana”. Eso es sabido. Y los ejemplos concretos de lo que son los valores y de cómo se viven, también abundan. Pero seguimos sin saber cómo educar en valores. Una historia En una ocasión, una maestra de quinto grado contaba a sus alumnos una historia para mostrarles un ejemplo de lo que es la honradez y lo que puede ocurrir a una persona que no es honrada. La historia en cuestión hablaba de un delincuente, un ladrón, que empezó robando pequeñas cosas cuando era muy pequeño: dulces, lápices, juguetitos, unas monedas. Más adelante tuvo oportunidad de robarse una calculadora, un celular, la quincena de la profesora que pudo sustraerle de su bolso. Al crecer más, en lugar de estudiar para seguir una profesión se dedicó a robar: robaba autos, objetos del interior de viviendas, y llegó el momento en que empezó a asaltar a mano armada. Un día, finalmente, fue detenido y condenado a muerte, y en lo que llegaba la hora de su ejecución, decía: “Si yo hubiera sabido que así iba a acabar, no habría robado nunca”. La historia tiene dos puntos demasiado flojos: el primero es que en México no hay pena de muerte, y menos para ladrones, de modo que la historia está fuera de contexto; los niños de quinto que la escucharon a su maestra no la percibieron como algo cercano, como algo que les pudiera ocurrir a ellos. El otro punto flojo de la historia se relaciona con lo que me interesa abordar en este texto: el temor al castigo no es un buen motivo para modelar nuestras acciones, y no es suficiente, en la mayoría de los casos, para dejar de cometer un delito. El verdadero motivo para dejar de cometer un delito está, precisamente, en lo que venimos tratando: tener interiorizado un valor o unos valores, en el caso de la historia narrada, el trabajo propio y el respeto por las pertenencias de los demás. Del mismo modo, para que consiga formarse en los individuos la conciencia del cuidado del medio ambiente (el ahorro del agua, el no tirar basura en las calles, el respeto a los animales) no puede hacerse poniendo una sanción personal que se sufriría si no se actúa de cierta manera. Esa sanción ni siquiera sería aplicable, ya que no es posible ir detrás de todos los que infrinjan lo establecido para castigarlos. Es necesario, es urgente, encontrar otra forma de enseñar valores, otras razones que motiven al individuo a asimilar los valores y vivir conforme a ellos. Y es necesario, también, que esto se haga desde que los niños son pequeños. Por supuesto que se debe intentar hacer reflexionar al adulto, al joven universitario, al obrero, al padre de familia, a la vendedora del mercado, sobre la necesidad de vivir conforme a ciertos valores. Lamentablemente, ese intento no rendirá frutos en muchísimos casos. Los adultos ya están formados y los valores no son parte, en muchos de ellos, de esa formación. Pero es urgente no dejar pasar las oportunidades de formar en valores a los niños de hoy, y es urgente encontrar las verdaderas razones, las buenas razones, que motiven a los niños a asimilar valores y vivir de acuerdo con ellos. Cómo formar valores La única forma válida de enseñar valores a los niños es hacerlos ponerse en el lugar de las demás personas. No hay otra forma que sea realmente efectiva. Si se quiere enseñar a un niño a respetar a los animales, no es aceptable que se le diga: “No molestes al perro, porque te va a morder”. La consecuencia lógica es que a otros animales que no puedan dañarlo, como una lagartija, sí se les puede molestar y hasta torturar; y que al perro, cuando esté encerrado en una jaula o tras una reja, también se le puede molestar con un palo o con un pico. La razón para no molestar a un perro no es, pues, ésa, sino hacerlo reflexionar que el perro es un ser vivo, siente dolor y merece respeto. Cuando se trata de explicarles que no tiren basura no hay peor argumento que decirles: “No tires basura porque te van a regañar”. Ojalá hubiera multa para quienes tiran basura, pero ni en ese caso sería el mejor argumento: “No tires basura porque te van a poner una multa”. Entonces, cuando nadie nos vea, sí podemos tirar basura sin ningún problema, no habrá regaño ni castigo. El único argumento eficaz es que no hay que tirar basura porque la ciudad es donde vivimos todos, y cada uno de nosotros tiene que poner de su parte –aun si los demás no lo hacen– para mantenerla limpia. Para enseñar a un niño como el de la historia, y como los alumnos de quinto año de esa maestra, a no robar, la amenaza del castigo y de la cárcel, o la pena de muerte, no funcionan. Los delincuentes son delincuentes porque ven demasiado lejos la realidad de un castigo, sienten como si estuvieran por encima de eso y como si sólo a los tontos, y ellos no creen serlo, les pudiera suceder. El único argumento que sirve es decirles: “No debes tomar lo que pertenece a tus compañeros, porque sus papás trabajaron para comprárselos; así como tus papás trabajan duro para comprar lo tuyo y les molestaría mucho que te lo robaran”; o bien: “¿Qué sientes tú cuando alguien te quita tus cosas?, pues no debes hacer que otros se sientan así”. El respeto por las personas diferentes, aquellas que padecen alguna deformidad física como cojera, enanismo, etc.; o muestran un comportamiento extraño, como los paralíticos cerebrales, sólo puede enseñarse desde esta perspectiva. ¿Qué consecuencias tiene para una persona el burlarse de otra? Para el burlón, por lo general, no tiene ninguna consecuencia, pero es obvio que es un comportamiento incorrecto. Para educar, es necesario hacer que el niño se ponga en el lugar de la otra persona: “¿Cómo crees que se siente cuando alguien se burla de él/ella? ¿Te gustaría estar en su lugar? ¿Te gustaría ser (ciego, cojo, etc.) y que se burlaran de ti por eso? No, ¿verdad? Entonces nunca lo hagas”. Los problemas de disciplina en la escuela tendrían una mejor solución si los niños estuvieran acostumbrados a ponerse en el lugar de la otra persona, tanto de sus compañeros como de sus maestros: “¿Qué siente un maestro cuando está hablando a sus alumnos y ninguno le presta atención, todos están hablando y jugando entre ellos?” Se trata de sensibilizar al niño Es necesario que el niño y el adolescente sean capaces de ponerse en el lugar del otro, de imaginar lo que ese otro siente: del viejito encorvado que vende galletas y nadie le compra, del pájaro al que un grupo de niños traviesos le roban su nido, del hombre con una cicatriz en la cara de quien todo el mundo hace mofa, del vecino que tiene que reponer el cristal roto por una pelota cada ocho días, y no tiene dinero. Como puede verse, la formación en valores pasa, entonces, por la sensibilización del niño. No se trata de enseñar conceptos muy técnicos, pero fríos. Los valores humanos, los valores que nos lleven a formar una sociedad más humana y más justa, no pueden ser fríos. Se han propuesto, desde diversas casas editoriales, textos muy útiles para formar los valores en los niños. Sería conveniente que cada maestro de primaria tuviera un libro así, o una serie de relatos para leer con sus alumnos frecuentemente, de ser posible, diariamente, y propiciar así una reflexión en torno a ciertos valores; a veces podría abordar un valor, a veces otro. Pero más importante aún es que el maestro, y por supuesto también los padres de familia, partan de las vivencias y convivencias diarias para formar valores en sus alumnos y en sus hijos. Por muy útiles que sean los textos para educar en valores, siguen estando en el terreno de la ficción; y aunque las situaciones sean posibles, incluso reales, no lo son para el niño, para él siguen siendo un cuento. Es mejor, más efectivo, aprovechar cualquier oportunidad de las muchas que se viven diariamente, para explicar a los niños cuál es el comportamiento correcto y, lo más importante, por qué es el comportamiento correcto. Para ello es fundamental estar atento a no dejar pasar esas oportunidades de educar: no pensar que se educa sólo dentro del aula y a horas establecidas y fijas. Se puede educar en cualquier lugar y en cualquier parte; quizá la calle y el patio de la escuela sean mejores lugares que el salón de clases para la educación en valores. Tampoco basta el ejemplo, si bien éste es indispensable: no podemos decir una cosa y hacer otra y pensar que el niño hará lo que se le dice. Pero no basta el ejemplo, muchas veces el niño no observa lo que el adulto hace, o lo observa pero no lo comprende, o lo observa pero no aprecia los motivos de esa forma de actuar. Es necesario educar con el ejemplo, pero también con la palabra. Y, por último, se requiere constancia. No puede pensarse que con decir a un niño una vez que debe respetar al viejito que barre la calle es suficiente. Si el niño ve que su vecino, su amigo o cualquiera que pasa no respeta a una persona, se burla de ella y parece divertirse mucho haciéndolo, lo más probable es que se olvide de lo que se le dijo una vez. Es necesario insistir en la misma y en otras situaciones, poner muchos ejemplos, hablar mucho y hacer reflexionar mucho, para educar en valores.