jueves, 16 de octubre de 2014

El bullying no es un problema escolar

El bullying no es problema escolar
En la actualidad se ha puesto de moda hablar del bullying, incluso hay instancias para que las víctimas y sus padres pongan quejas y demandas y el bully o agresor, el abusivo, sea castigado. Las escuelas deben implementar medidas de vigilancia y, si en sus aulas o en sus patios se produce algún caso de abuso, deben ser capaces de hacerle frente y castigar al agresor.
Pero lo importante no es castigar el bullying: el castigo por lo general no resuelve la situación. Quizá para la víctima sí, pues en ciertos casos se ve libre del abusivo y recibe tratamiento psicológico si lo requiere, y también en muchas ocasiones se introduce, aunque por lógica es un poco por la fuerza, el tratamiento psicológico para el abusivo, reconociendo incluso que es quien más requiere ayuda de ese tipo, más que la víctima.
Sin embargo, no es el enfoque indicado para manejar este tipo de problemas. La solución no está ni en castigar ni en curar heridas, sino en evitar que estas heridas se produzcan. No es algo que sea sencillo, por supuesto, pero es no sólo la mejor solución, sino la única solución verdadera. El bullying es una situación que se ve principalmente en las escuelas, pero en realidad no es ahí donde se genera, sino en casa o, por lo menos, en el grupo familiar o vecinal. Se dice, con mucha razón, que los bullies son con frecuencia niños o adolescentes que viven en familias disfuncionales, o bien que son hijos de padres violentos y/o poco dedicados a su educación.
Muchas veces, yo añadiría, no es ni una cosa ni otra, sino falta de idea de los padres sobre cómo educar; por lo general, nadie nos enseña a ser padres. Y cuando el niño abusivo es castigado por su conducta, ya sea en la escuela o en su casa, puede ser que se logre un cambio de actitud, pero es más probable que se genere en su interior un sentimiento de rencor y deseo de venganza contra quienes lo castigan o, peor, contra el niño a quien había hecho víctima de su abuso y a quien culpa del castigo, por haberlo acusado. Y sigue siendo un bully, dirigiendo su atención a la misma víctima o a otras. Ahora bien, si no se le castiga y ya, sino que se le somete a una terapia para mejorar su comportamiento, es una solución un poco mejor, pero también hay varias posibilidades; una es que se logre el efecto deseado y el cambio de conducta sea verdadero y honesto, aunque suele ser probable que se sienta avergonzado y enojado por verse en esa situación y no cambie su manera de proceder. Atacar el problema cuando ya se generó es, de una u otra forma, querer “tapar el sol con un dedo”.
¿Qué es lo que hay que hacer, entonces? Lo importante es prevenir el bullying, y ello difícilmente se logra en las escuelas a menos que se recurra a la base, que se cuente con los padres de familia. Es a los padres de familia a quienes hay que dirigirse, pero, ¡ojo!, no sólo a los padres de familia de los bullies, eso seguiría estando en el plano de remediar lo que ya está mal.
Es necesario dirigirse a los padres de familia en general y hacerles ver la necesidad de formar a sus hijos en valores. En otro artículo (ver más abajo) he hablado del único modo efectivo de formar en valores: hacer al niño o al adolescente ponerse en lugar del otro, que imagine cómo se siente el otro cuando es agredido o lastimado, física o moralmente, y hacer que reflexione que nadie –y por supuesto no él– tiene derecho a ejercer esa agresión.
Para evitar el bullying se requiere formar en los niños un corazón sensible, hacerlos conscientes de las consecuencias que sus actos tienen, no para él mismo (insisto, no tiene sentido hablar de castigo) sino para los otros, y hacerle comprender, sin ningún género de dudas, que no tiene ningún derecho a producir efectos negativos en la vida de nadie. Y todo ello no cuando ya ha empezado, sino antes. Además, los padres de familia pueden –todos los padres de familia deberían– hacer que sus hijos observen a su alrededor: que miren a otros niños, que vean si hay algún niño al que nadie quiere, al que otros molestan, o el que es tan tímido que no se atreve a hablarle a nadie, para actuar en su favor y hacerse su amigo. Sólo se requiere hablar un poco con los hijos en ese sentido; son como cera en las manos de sus padres y se dejan modelar, pero a tiempo.
Quien esto escribe tiene un hijo al que más de una mamá quiso de verdad, pues fue el único amigo de sus hijos. La satisfacción de haber logrado eso para tres o cuatro niños en la vida de mi hijo, créanme, es enorme y el esfuerzo fue, en realidad, muy pequeño, pero consciente.
Papás, mamás, sólo pónganse en el caso de que fuera su hijo quien estuviera siempre solo, quien no tuviera un solo amigo y a quien todos los demás molestaran y se burlaran de él. Papás, mamás, con un poco de dedicación y conversación con sus hijos, ustedes pueden evitar mucho sufrimiento inocente. Las autoridades educativas y las escuelas deberían incluir este tema en una gran campaña contra el bullying, a través de juntas de padres de familia, y también aprovechando los medios masivos de comunicación.