Hace unos tres años mantuve una interesante conversación con
uno de mis hijos, de la cual publiqué en Facebook un extracto. Quiero aquí
colocar una reseña más completa, para aquellos que se identifican con mi forma
de pensar, a quienes interesa la educación, con la finalidad de ayudarles a
ubicarse un poco más, como me ocurrió a mí. Suelo decir que esa conversación
fue un parteaguas en mi vida actual por la forma como terminó de situarme.
Mostré a mi hijo los libros que escribí de español para
editorial IMAR, los cuales estaba revisando para su publicación. Cuando Eugenio
los vio, su comentario (y la conversación subsiguiente) fue más o menos como
sigue:
¿Sabes, mamá? Yo creo que el colapso para la humanidad, a
estas alturas, ya es inevitable. No es cuestión de sí o no, sino de cuándo. Para
que fuera evitable tendríamos que estar trabajando ya todos, en todo el mundo,
y duro, para revertir las cosas que hemos venido haciendo mal a lo largo de
muchas generaciones. Pero vemos que no es así, hay grupitos aislados que se
preocupan y trabajan con mucho empeño por proteger especies animales en peligro
de extinción, por reforestar los bosques o por limpiar las playas y el mar,
pero a la gran mayoría de los seres humanos el asunto no parece preocuparles. A
muchos no les interesa y otros muchos, quizá, ni se dan por enterados. Como si
a nadie que tenga que ver con ellos pudiera afectarles lo que pase.
¿Cómo se va a producir ese colapso? No lo sabemos, pero podemos
suponer algunas cosas. No va a ser un único gran colapso, sino crisis graves en
diferentes ámbitos de la vida humana: crisis económica, crisis política, de
salud (enfermedades nuevas, bacterias cada vez más resistentes, etc.); crisis
del agua (en lo personal, la que más me aterra); crisis ecológica propiamente
dicha (extinción de especies, contaminación de la atmósfera a niveles cada vez
mayores, etc.), crisis energética, crisis poblacional, crisis alimentaria.
Cualquiera de ellas que se generalice y llegue a un nivel en
el que sea definitivamente irreversible, va a “jalar”, a desencadenar a las
demás. ¿Y qué va a pasar entonces? Tampoco podemos saberlo, pero también
podemos imaginar algunas posibilidades: no es que nos vayamos a extinguir, a
morir todos, eso sería en el peor de los casos; pero sí morirían muchas
personas y, sobre todo, se produciría un fuerte retroceso en la forma como
vivimos. ¿Hasta dónde? Imposible saberlo, pero es de temer que no sea de pocos
siglos, sino mínimo hacia un equivalente de la edad media, si no es que más
atrás, a la era de las cavernas. Lo ha mostrado muchas veces la ficción en
películas y novelas, pero es muy probable que en un futuro muy próximo la
humanidad deba enfrentarlo como una realidad.
Aquí lo que importa es la cantidad de conocimiento y cultura
que seamos capaces de preservar los que vivimos ahora, porque ése será el punto
de partida para los que queden. En ese orden de ideas, podemos decir que es
responsabilidad de todos el trabajar para generar ese acervo que dejaremos a
nuestros descendientes. Y también podemos decir que, por mal que suene, hay
muchísimas personas que, si desaparecieran ahora mismo, la humanidad no
perdería nada. No me refiero a personas como seres humanos, sino como
generadores de acervo cultural: hay algunas personas, de todos los niveles socioculturales
que se preocupan por causar un impacto positivo en la sociedad que les rodea; y
hay personas, muchísimas, y también de todos los niveles, que sólo viven para
su propio provecho y ni siquiera el futuro de sus hijos les interesa tanto como
para preocuparse por contaminar menos, o por dar un ejemplo de honestidad y
trabajo en favor del medio ambiente, por poner un par de ejemplos. En ese orden
de ideas, el trabajo de un maestro es, por su misma naturaleza, uno de los que
más impacto causan.
Llegados a este punto de la conversación, tomó mi hijo los
libros que le acababa de mostrar y me dijo: “Esto, mamá, es tu cuota de impacto
positivo en la sociedad. Tú no sobras, tú eres una persona valiosa”.
Al margen de lo satisfactorio que es que mi hijo tenga esa
opinión de mí, quiero decir que esta conversación me terminó de situar en algo
de lo que era medianamente consciente: la responsabilidad de incluir en mis
textos educativos, y además del objetivo que ya tienen de desarrollar el pensamiento
y facilitar el aprendizaje, temas de formación de conciencia, ideas que puedan
ser útiles para el caso de que mis nietos y los hijos de mis nietos, y sus
contemporáneos, tengan que enfrentar esos escenarios apocalípticos que se
avizoran en un futuro, por desgracia, ya no tan incierto ni tan lejano.