Espero que
mis pacientes lectores me disculpen por empezar esta nota presumiendo; lo que
quiero no es ponerme como ejemplo, sino poner en relieve la situación de la que
deseo hablar. Cuando yo estaba en sexto de primaria solía estar en primer lugar
de mi grupo; en una ocasión se realizó un examen de lectura, exclusivamente de
lectura, en el que también obtuve el primer lugar. La directora de la escuela
comentó a todo el grupo la relación que había entre ambas cosas: la lectura y
el rendimiento escolar. Desde entonces me quedó el propósito, para cuando fuera
mayor y tuviera hijos, de formar en ellos el hábito de la lectura. Lo he
cumplido a conciencia: tengo cinco hijos, ya todos mayores, todos lectores y
todos, también, con carrera terminada; uno de ellos ya tiene una maestría y
otros dos la están cursando.
Ahora, a
lo que voy. Cuando un niño tiene la costumbre de leer y comprende lo que lee,
tiene asegurado el 90 por ciento o más de su calificación. Y no se trata sólo
de un número asignado en su boleta, sino que es una nota referida a un
verdadero aprendizaje. Esto es, si el niño no comprende lo que lee y sólo lo
memoriza o trata de memorizarlo no hay aprendizaje verdadero, sino
pseudo-aprendizaje: lo aprendido de esa manera lo olvidará, y no al cabo del tiempo,
no, sino apenas unos días después. Quizá apruebe el examen y con buena
calificación, pero no habrá aprendido casi nada, o nada. El resultado de
aprender sin comprender es que muchos alumnos llegan a los grados superiores de
primaria, y posteriormente a la secundaria y la preparatoria, con un enorme
vacío de conocimientos: apenas saben lo indispensable y a veces, ni eso.
La
relación entre ambas cosas, lectura y aprendizaje, se da de varias formas:
• La primera, la obvia, es la comprensión y asimilación de
los contenidos leídos cuando corresponden a las asignaturas de estudio, así
como el aumento de la cultura general cuando se leen otras materias, diversas
de las netamente escolares.
• Otra importante relación es la que se refiere al
desarrollo de un mayor vocabulario, así como la mejora de la ortografía y la
redacción y, con ello, de la capacidad
de expresarse.
• Una buena relación es la que se refiere a la autoestima
de los alumnos; el alumno que comprende lo que ha estudiado y es capaz de
expresarlo frente a su maestro y sus
compañeros, es un alumno seguro de sí mismo y deseoso de seguir aprendiendo. No
es lo mismo, cuando el maestro pregunta algo en clase, ser de los que saben y
levantan la mano, o ser de los que nunca pueden responder correctamente.
• Hay una relación que, en mi opinión, es la más valiosa, y
se genera por el trabajo mental de la comprensión lectora que ejercita las neuronas
y propicia el desenvolvimiento de la inteligencia misma.
No todo lo
escrito es útil, pero descartando la basura impresa, como son la mayoría de las
historietas, por ejemplo, y seleccionando cuidadosamente los contenidos de
acuerdo con los propios intereses, puede decirse que todo lo que una persona
lea le será útil en algún momento de su vida, ya sea en el ámbito académico o
en la vida diaria.
Suele culparse
a los docentes del grave atraso educativo que hay en México, pero me atrevo a
asegurar que la verdadera responsable es la ausencia del hábito de la lectura
en nuestros niños y también, por desgracia, en sus padres.
De la
misma manera, me atrevo a afirmar que esta carencia es la causante, en gran
medida, de la deserción escolar. Si los niños y los jóvenes no son capaces de
comprender lo que deben estudiar pierden el interés en ello y, a la larga,
prefieren abandonar la escuela.
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